De la Utopía al Espejismo

Se dice que la prueba de un sistema puede ser un modelo. Si éste está bien constituido, aquél –por reflejo– se demuestra.

Se piensa, también, que la utopía puede operar como modelo, al punto que la “realidad”, que tiene lugar mundano, se hace tanto más sí misma, cuanto más se aproxima a la utopía, que por definición no tiene “aún” ese tipo de lugar.

A veces puede entenderse que ese “no-lugar” de la utopía caracteriza a ciertos arquetipos orientadores cuya propiedad, de suyo, sería precisamente no ser “reales”, sino modos a los cuales la realidad mundana se atiene. En general: una suerte de no-lugar que da lugar.

Inversamente al modelo matemático o lógico, lo propio de la utopía es su no-estar para servir de prueba a lo que va estando.

Sin embargo, podría considerarse que la utopía en vez de un no-lugar fuera más bien un sin-lugar, es decir: un lugar que siendo mundano tuviera una propiedad distinta (o de menos) a las que se denotan en toda realidad-de-mundo. Por ejemplo, sin mediante la partícula privativa “sin”, en vez de la negación, se trata de indicar un lugar con realidad mundana cuya característica sea la de no tener espesor. Como un espejismo.

¿Qué sería lo propio del espejismo? Dos momentos.

El desierto y una existencia real del oasis en “alguna parte”. Existencia cierta y real del oasis en “alguna parte”, que es realmente “otra parte”, pero solamente, allí, accesible en su reflejo.

El espejismo comparece y señala, en lo indiferenciado, un preciso “allí” en el espacio.

Una de sus características es que no tiene espesor y no es más que puro aparecimiento –aparición.

Es una presencia real con una dimensión de menos.

Se abre entero a la visión y no fue ni será, sino es simplemente lo que se extiende allí. Una suerte de “allí-ya” (circum = stancia).

La dimensión restada es el tiempo, su espesor, pues “fue o será”, que son modalidades de la temporalidad, no se requieren en la mera presentación.

Más, ¿puede construirse un espejismo? Es decir; ¿qué significa construir con una dimensión de menos, con el “tiempo” restado?

Tal vez signifique que la construcción no debe “fundarse” en la expectación o término que apoye la perspectiva de un futuro siempre distante (meta-modelo), pronto, siempre, a alcanzarse (apertura propia de la temporalidad).

Un paso semejante aligera su juego. Se desprende, no se asienta principalmente en “lo perdurable”. Es decir, no se construye para ello, ni en pro, ni en contra.

Si esto es posible, se modifica la relación con el factor que implica necesariamente la permanencia. Ese factor preponderante para la permanencia es el dominio considerado en sí mismo, por cuanto, en última instancia, el dominio se erige en garantía, en seguro de su función pre-visora respecto del “modelo-meta” que deberá ser alcanzado y que sobrevendrá, por cierto, un día – es decir en el tiempo. Si se construye no asentándose en el dominio y sus metas, la tarea no tiende hacia un futuro, no es medio, sino presencia que allí y así, por y con la tarea, aparece. “Allí” es “así y ahora”.

Un trabajo para la pura aparición ¿no es realmente “poiesis”? Si así fuera se abren en ella todas sus manifestaciones, su ser, meras apariciones, apariencias, espejismos.

Tal vez la poesía, de hecho, resta esa dimensión a que aludimos; tal vez supone la suspensión de toda incredulidad, según Coleridge, y se expresa desde esa creencia a todos los oficios. De ser esto posible se abre la posibilidad de un quehacer concreto y real, de un complejo de oficios poéticos cuya manifestación es sólo aparecer. ¿No será ese complejo de oficios “ciudad”?

Tanto las tareas como las relaciones se juegan con una dimensión restada, digamos que se adelgazan. Y –¿por qué no?– adelgazan el espíritu. (¿No vendrá a ser ese adelgazamiento la verdadera “finesse d’esprit”?). Acaso una manera de dar lugar a una suerte de cortesía espiritual. A una cierta distancia entre lo que se presupone y lo que se sabe. Vale decir, una extensión que da cabida al otro, un modo de estar uno mismo en el otro: hospitalidad. Acaso la hospitalidad no sea en su más aguda manifestación otra cosa que la capacidad de oír, de darle al otro el medio para ser oído. (¿No consuena aquí el viejo adagio que dice “mi libertad termina donde comienza la tuya”?)

Es esta una hospitalidad frágil y gratuita pues por esencia es incoaccionable, se abre solamente ante el libre consentimiento mutuo. Débil e indefensa, siempre al filo de aparecer y desaparecer.

Pero, ¿dónde podría darse en pleno juego ese tipo de hospitalidad? Tal vez en lo que, a falta de otra palabra más adecuada, podríamos llamar “ágora”, en tanto que oír no es escuchar estando ya decidido, sino dejar que el otro se entrometa en el propio discurso con decisión o escisión. ¿No podría ser ese el espacio, la aparición, el espejismo donde se pudiera extender la llamada “vida pública”? Pues si el “ágora” cobrara espesor –futurición perspectivista–, necesidad de dominios aseguradores, dejaría de ser pura presencialidad, juego de apariciones o poiesis – espejismo.

Acaso la ley del “ágora” no sea otra que la de abrir curso a las apariciones. Además, al no requerir seguros se desestima el “pile ou face” del todo-nada, agresión-defensa, etc., que son propios de la perspectiva que requiere dominio. Situación, por todos lados, flotante.

De hecho, los órdenes aseguradores, que implican cualquier clase de stocks, no son propios del espejismo. Cabe repetir la pregunta ¿se puede construir un espejismo?; pero ahora con cierto matiz: ¿se puede construir sin durabilidad? Probablemente sí, pues lo que cuenta es la intención, el tono de la “construcción”. Si la “construcción” no se juega con la “durabilidad”, es decir, si no tiende a cubrir un tiempo esperado, no se concibe como un futuro a cumplirse. Excluye la planificación.

Por otra parte, los oficios descargados de tal durabilidad vuelven a ser, antes que nada, sólo artes, es decir, a tentar cada vez (sin posibilidad de generalizaciones) lo desconocido que le toca a cada cual. Por lo menos en el intento de traer con forma o informe lo desconocido a la apariencia.

La ciudad abierta o complejidad poética de oficios (y vivir lo es también) es de hecho un espejismo –concreto y real– que supone una disponibilidad alta y el “alguna parte” (oasis) real y concreto pero que únicamente se torna visible (“allí”) en la mera aparición, sin espesor. Por cierto que todo arte establece un rigor. Tal vez sería del caso pensar una leve corrección de matices a propósito de la utopía. Por ejemplo, si ella fuese más que un no-lugar o un a-lugar un “sin-lugar” que se refleja concretamente en un mero ser-lugar.Digamos que: “ahora y allí” (¿kairos?), indiferentes a cualesquiera consecuencias. Quizás.